Cuentos

El Zorro y la Cigüeña

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Debemos siempre reflexionar, antes de burlarnos de otro, si podemos soportar que la burla sea devuelta.

El Zorro, aunque generalmente más inclinado a la astucia que al ingenio, tuvo una vez un fuerte deseo de jugarle una broma a su vecina, la Cigüeña. La invitó a cenar con gran formalidad; pero cuando la comida llegó a la mesa, la Cigüeña descubrió que consistía enteramente en diferentes sopas, servidas en platos anchos y poco profundos, de modo que solo podía mojar el extremo de su pico, pero no podía satisfacer su hambre. El Zorro lamió la sopa con mucha facilidad y de vez en cuando, dirigiéndose a su invitada, le preguntaba cómo le gustaba su comida; esperaba que todo estuviera a su gusto; y protestaba que sentía mucho verla comer tan poco. La Cigüeña, dándose cuenta de que la estaban tomando el pelo, no hizo caso y fingió que le gustaban mucho todos los platos: y al despedirse insistió tanto en que el Zorro le devolviera la visita, que no pudo negarse por cortesía. Cuando llegó el día, se presentó a su cita; pero para su gran mortificación, cuando apareció la cena, descubrió que estaba compuesta de carne picada, servida en vasos de cuello largo; de modo que solo se le antojaba con la vista lo que le era imposible saborear. La Cigüeña metió su largo pico y se sirvió muy abundantemente; luego, volviéndose hacia el Zorro, que lamía con avidez el exterior de un frasco donde se había derramado algo de salsa—Me alegra mucho, dijo sonriendo, ver que tienes tan buen apetito; espero que hagas una cena tan abundante en mi mesa como yo hice el otro día en la tuya. El Zorro bajó la cabeza y se mostró muy disgustado. No te pongas de mal humor, dijo la Cigüeña; quienes no puedan aceptar una broma, nunca deberían hacer una.

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