La máxima gratitud de algunas personas consiste solo en no oprimir ni perjudicar a sus benefactores.
Un lobo, habiendo tragado un hueso con demasiada avidez, se lo quedó atascado en la garganta. En la violencia de su dolor, pidió ayuda a varios animales, rogándoles que se lo extrajeran. Ninguno se atrevió a intentar la peligrosa operación, excepto la grulla, quien, persuadida por sus solemnes promesas de una recompensa, se aventuró a introducir su largo cuello en la garganta del lobo y realizó con éxito la operación. Cuando reclamó la recompensa, el lobo respondió: «¡Qué ingrato eres! ¿Acaso no es suficiente que te haya permitido sacar tu cuello de mis fauces, y aún tienes la desfachatez de exigir una recompensa adicional?»