Siempre estamos listos para culpar a la fortuna por los efectos negativos de nuestra propia descuido.
Un escolar, cansado de jugar, se recostó junto al borde de un profundo pozo y se quedó dormido. Fortuna, al pasar y verlo en esa situación peligrosa, le dio un golpecito en el hombro y le dijo: «Querido niño, si hubieras caído en este pozo, la culpa habría recaído sobre mí, aunque en realidad el accidente habría sido completamente por tu propia imprudencia.»
La desgracia, como dijo un célebre cardenal, es solo otra palabra para la imprudencia. Esta máxima no es absolutamente cierta en todos los casos; sin embargo, es seguro que la humanidad sufre más por su propia imprudencia que por eventos que están fuera de su control.