La avaricia a menudo falla en su objetivo debido a los medios que utiliza para asegurarlo.
Un diligente asno, que había servido durante mucho tiempo a un severo amo, llevando cargas diarias más allá de su fuerza y mantenido con muy poca comida, un día, en su vejez, se vio oprimido por una carga de loza. Con su fuerza muy deteriorada y el camino profundo e irregular, tropezó y, incapaz de recuperarse, cayó y rompió todas las vasijas. Su amo, transportado por la ira, comenzó a golpearlo con gran violencia y sin piedad. A lo que el pobre asno, levantando la cabeza mientras yacía en el suelo, le reprochó fuertemente: «¡Despiadado! A tu propia avaricia cruel, al negarme comida y luego cargarme más allá de mi fuerza, debes la desgracia que injustamente me imputas.»
