Una falsa estimación de nuestras propias habilidades nos expone siempre al ridículo, y a veces al peligro.
Un águila, desde la cima de una alta montaña, se lanzó sobre un cordero, lo atrapó y se lo llevó a sus crías. Un cuervo, que había construido su nido en un cedro cerca del pie de la roca, observando lo que pasaba, deseó realizar la misma hazaña; y, lanzándose desde su nido, clavó sus garras en el vellón de otro cordero. Pero, incapaz de mover su presa ni de soltarse, fue atrapado por el pastor y llevado para que los niños jugaran con él. Los niños, ansiosos por saber qué pájaro era, preguntaron al pastor. «Hace una hora», dijo, «se creía un águila; sin embargo, supongo que ahora está convencido de que es solo un cuervo.»