Cuentos

El Aprendiz de Relojero

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En la pequeña ciudad de Eldermill, había un relojero legendario llamado Don Harper. Sus relojes no eran simples objetos para dar la hora; eran verdaderas obras de arte. Cada mecanismo, cada engranaje, funcionaba con tanta precisión que parecían mágicos.

Un día, un joven llamado Leo llamó a la puerta del taller de Don Harper.

“Señor, quiero aprender a fabricar relojes como usted,” dijo Leo, sosteniendo un reloj de bolsillo roto en sus manos.

Don Harper, un hombre de mirada seria pero amable, le preguntó:

”¿Por qué quieres aprender?”

Leo dudó un momento y respondió:

“Porque el tiempo es valioso. Si puedo ayudar a las personas a apreciarlo más, estaré haciendo algo importante.”

Impresionado por la sinceridad del chico, Don Harper aceptó tomarlo como aprendiz.

Las Primeras Lecciones

Leo pensaba que comenzaría a construir relojes de inmediato, pero en lugar de eso, Don Harper le asignó tareas pequeñas: pulir engranajes, organizar tornillos diminutos y observar las estrellas por las noches.

”¿Por qué hago todo esto?” preguntó Leo un día, frustrado tras horas puliendo piezas.

“Paciencia,” respondió Don Harper con calma. “Un relojero debe aprender a valorar cada pieza, incluso la más pequeña. Todo engranaje es importante.”

Con el tiempo, Leo empezó a comprender la belleza del oficio. Aprendió a ver la delicada danza de los engranajes y el equilibrio perfecto de los resortes y pesos. Sin embargo, había algo que despertaba su curiosidad: la habitación cerrada al fondo del taller.

”¿Por qué no puedo entrar ahí?” preguntó Leo.

Don Harper sonrió misteriosamente.

“Cuando llegue el momento, lo entenderás.”

El Reloj Roto

Una noche tormentosa, un viajero entró en el taller llevando un reloj antiguo con la carátula rota.

“Este reloj ha estado en mi familia durante generaciones,” explicó. “Por favor, ¿puede arreglarlo?”

Don Harper examinó el reloj y luego se lo entregó a Leo.

“Este será tu primer gran desafío,” dijo.

Leo observó el complicado mecanismo, sintiendo cómo le temblaban las manos. Durante días trabajó sin descanso, pero no lograba hacerlo funcionar. Cansado y desanimado, le preguntó a Don Harper:

”¿Y si no puedo repararlo?”

Don Harper le respondió con voz serena:

“Todo reloj tiene su propio ritmo. Escúchalo. Confía en ti mismo.”

Inspirado por las palabras de su maestro, Leo volvió a intentarlo con paciencia y dedicación. Finalmente, el reloj comenzó a funcionar. El tic-tac llenó la habitación, y el viajero sonrió de felicidad, agradeciendo a Leo con emoción.

La Última Prueba

A la mañana siguiente, Don Harper llevó a Leo a la habitación cerrada. Dentro había un enorme reloj, más grande y complejo que cualquier otro que Leo hubiera visto. Los engranajes giraban suavemente, como si estuvieran vivos.

“Este es mi mayor logro,” explicó Don Harper. “Un reloj perpetuo, que nunca se detiene. Pero aún le falta su última pieza.”

Le entregó a Leo un pequeño engranaje dorado y dijo:

“Debes encontrar el lugar exacto donde debe ir.”

Leo examinó el reloj con detenimiento. Observó cómo cada parte dependía de la otra, como si fuera una red perfectamente conectada. Después de un rato, encontró el lugar ideal para la pieza. En cuanto colocó el engranaje, el reloj cobró vida. Sus agujas se movieron con elegancia y sonó una melodiosa campanada que llenó la habitación.

“Lo has logrado,” dijo Don Harper, con orgullo en su voz.

El Aprendiz se Convierte en Maestro

Años después, Don Harper se retiró y dejó el taller en manos de Leo. Bajo su cuidado, los relojes de Eldermill continuaron marcando las horas con precisión, recordando a las personas la importancia del tiempo.

La gente decía: “Leo no solo da la hora. Le da significado al tiempo.”

Moraleja de la historia:

La paciencia, la atención a los detalles y la dedicación son la clave para dominar cualquier oficio. A veces, las piezas más pequeñas son las que tienen el mayor impacto en el conjunto.

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