La necedad de intentar recomendarnos a través de un comportamiento ajeno a nuestro carácter.
Un Asno, que vivía en la misma familia que un perro de compañía favorito, observó el grado superior de afecto que disfrutaba el pequeño minino e imaginó que no tenía nada más que hacer para obtener una igual porción de su gracia que imitar las caricias juguetonas y tiernas del perro de compañía. En consecuencia, comenzó a dar saltos delante de su amo, levantando las patas y rebuznando, en una afectación torpe de travesura y gracia.
Este comportamiento extraño no pudo evitar levantar muchas risas; que el Asno, malinterpretando como aprobación y aliento, procedió a saltar sobre el pecho de su amo, y comenzó muy familiarmente a lamerle la cara. Pero pronto fue convencido por la fuerza de un buen bastonazo de que lo que es vivaz y agradable en uno, en otro puede ser justamente censurado como grosero e impertinente; y que la manera más segura de ganar estima es que cada uno actúe de acuerdo con su propio genio y carácter natural.