El valor de lo que poseemos se encuentra únicamente en su disfrute.
Un avaro había acumulado una considerable suma de dinero, negándose a sí mismo las comodidades comunes de la vida. Estaba muy preocupado por dónde guardar su tesoro de manera segura. Después de muchas deliberaciones, finalmente decidió esconderlo en una esquina de un campo retirado, donde cavó un agujero para tal propósito. Su mente estaba tranquila por un momento, pero no había recorrido muchas veces el camino de vuelta a casa cuando toda su ansiedad regresó, y no pudo evitar volver para ver que todo estuviera seguro. Esto lo repitió una y otra vez, hasta que finalmente fue observado por un trabajador que estaba arreglando un seto en un prado adyacente. El hombre, concluyendo que algo extraordinario debía ser la causa de estas visitas frecuentes, marcó el lugar y, viniendo de noche para examinarlo, descubrió el tesoro y se lo llevó sin ser molestado. A la mañana siguiente, el avaro renovó su visita y, al encontrar su tesoro desaparecido, rompió en amargas exclamaciones. Un viajero que pasaba por allí se conmovió por sus quejas y le preguntó la razón de las mismas. «¡Ay!», respondió el avaro, «¡he sufrido la pérdida más cruel e irreparable! ¡Algún villano me ha robado una suma de dinero que enterré bajo esa piedra no hace más de un día!». «¿Enterrado?», respondió el viajero con sorpresa, «¡un método muy extraordinario de disponer de tus riquezas! ¿Por qué no las guardaste en tu casa, para que estuvieran listas para tus necesidades diarias?». «¡Necesidades diarias!», respondió el avaro con un aire de gran indignación, «¿imaginas que tan poco conozco el valor del dinero como para permitir que las necesidades lo devoren?». «En tal caso», respondió el viajero, «no veo razón alguna para tu aflicción; basta con poner esta piedra en el lugar de tu tesoro, y cumplirá todos tus propósitos igualmente bien».
