Todos podemos necesitar la ayuda de nuestros inferiores; y no debemos considerar a los más humildes como completamente incapaces de devolver un favor.
Un león, por accidente, puso su garra sobre un pobre e inocente ratón. La pequeña criatura, aterrorizada, rogó por su vida, argumentando que la clemencia era el atributo más noble del poder, y suplicó a su majestad que no manchara sus garras ilustres con la sangre de un animal tan insignificante. El león, muy generosamente, lo dejó en libertad.
Unos días después, el león, al buscar su presa, cayó en las redes de un cazador. El ratón escuchó sus rugidos, reconoció la voz de su benefactor y, acudiendo de inmediato en su ayuda, roía las mallas de la red hasta liberarlo. Al rescatar a su salvador, le demostró que no hay criatura tan inferior que no pueda devolver un buen acto.