Nosotros censuramos severamente en otros, lo que nosotros mismos practicamos sin escrúpulo.
Un Lobo, dice Plutarco, espiando dentro de una choza donde un grupo de pastores se estaban regalando con una pierna de cordero, dijo: «¡Dios mío, qué clamor harían estos hombres si me atraparan en un banquete como este!»