Es más prudente aceptar una ofensa de una sola persona que, al buscar venganza, enfrentarse a la ira de toda una comunidad.
Un oso fue picado una vez por una abeja, y el dolor fue tan agudo que, en su locura de venganza, corrió hacia el jardín y volcó la colmena. Este ultraje provocó la ira de todas las abejas, que lo atacaron con tal violencia que su vida estuvo en peligro y apenas pudo escapar, herido de la cabeza a la cola. En esta condición desesperada, lamentando su desdicha y lamiendo sus heridas, no pudo evitar reflexionar sobre cuánto más aconsejable habría sido soportar pacientemente una ofensa que, con una represalia innecesaria, haber provocado mil ataques.