Los dioses ayudan a quienes se ayudan a sí mismos.
Un carretero estaba una vez conduciendo una carga pesada por un camino muy lodoso. Al final llegó a una parte del camino donde las ruedas se hundieron a mitad del barro, y cuanto más tiraban los caballos, más se hundían las ruedas. Así que el carretero tiró su látigo y se arrodilló para rezar a Hércules el Fuerte: «Oh Hércules, ayúdame en esta mi hora de angustia,» dijo. Pero Hércules se le apareció y le dijo: “Vamos, hombre, no te quedes ahí tirado. Levántate y pon tu hombro en la rueda.”