Las ventajas de la moderación y la extrema locura de la intemperancia.
En una hermosa mañana de mayo, dos Abejas salieron en busca de miel; una era sabia y moderada, la otra descuidada y extravagante. Pronto llegaron a un jardín enriquecido con hierbas aromáticas, las flores más fragantes y los frutos más deliciosos. Se deleitaron por un tiempo con los diversos manjares que se les presentaban: una cargando su muslo a intervalos con provisiones para la colmena contra el invierno lejano; la otra, disfrutando de los dulces sin preocuparse por nada más que su gratificación presente. Finalmente encontraron una botella de boca ancha que colgaba debajo de la rama de un melocotonero, llena de miel ya preparada y expuesta a su gusto de la manera más tentadora. El despreocupado epicúreo, a pesar de las advertencias de su amigo, se zambulló de cabeza en el frasco, resolviendo darse todos los placeres de la sensualidad. La filósofa, en cambio, bebió un poco con cautela, pero sospechando peligro, voló hacia las frutas y flores; donde, gracias a la moderación de sus comidas, mejoró su gusto por el verdadero disfrute de ellas. Sin embargo, por la tarde, llamó a su amiga para preguntarle si volvería a la colmena; pero la encontró empachada de dulces, que ya no podía ni abandonar ni disfrutar. Cargada en sus alas, debilitada en sus patas y todo su cuerpo completamente debilitado, apenas pudo despedirse de su amiga y lamentar con su último aliento que, aunque un gusto por el placer podría agudizar el disfrute de la vida, una indulgencia desenfrenada es inevitablemente destructiva.