Cuentos

Momus

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Es casi imposible privar de toda ocasión para una crítica a la malevolencia.

Se dice que Momus siempre estaba culpando y ridiculizando todo lo que veía. Incluso las obras de los propios dioses no podían escapar a su censura universal. Dijo que los ojos del toro, tal como fueron colocados por Júpiter, no podían dirigir sus cuernos al embestir a sus enemigos. Las casas que Minerva había instruido a los hombres a construir, estaban tan mal concebidas que no podían ser trasladadas de un mal vecindario ni de cualquier otra inconveniencia. En resumen, la estructura del propio hombre era, en su opinión, extremadamente defectuosa, ya que no tenía una ventana en el pecho que demostrara su sinceridad o revelara sus malas intenciones y evitara su ejecución. Estas y muchas otras faltas fueron encontradas en las producciones de la naturaleza, pero cuando observó las obras de arte, no había fin a sus altercaciones. Júpiter, decidido a probar hasta qué punto llegaría su malicia, envió a su hija Venus para que le pidiera su opinión sobre su belleza. Ella se presentó ante el dios quisquilloso, temblando ante la previsión de su conocida severidad. Examinó sus proporciones con todo el rigor de un crítico envidioso. Pero su figura y complexión eran tan llamativas, y sus sonrisas y gracias tan encantadoras, que encontró imposible dar el más mínimo color a cualquier objeción que pudiera hacer. Sin embargo, para mostrar cuán difícil es que la malevolencia no busque una excusa, al retirarse, le pidió que le dijera a su padre que, aunque su gracia en el movimiento era evidente, sus sandalias eran demasiado ruidosas.

El Gallo y el Zorro
El Águila y el Cuervo

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